Mi primer Maestro
Nunca había vuelto a
revivir aquel momento. Quizás ahora la madurez comience ese proceso en mí por
el que se añora, no la edad infantil, sino las sensaciones que la gobiernan,
ricas en inocencia y libertad. El recuerdo de mi primer maestro. El descubrimiento
de otra autoridad fuera de casa, otra guía, otra mano que amable marcó los
caminos de mi mirada hacia las sutiles líneas de mis primeras lecturas. Con él
contemplé cómo en verdad existen infinitas puertas esperando a ser cruzadas, y
que a través de cada una tú mismo marcas el rumbo de tu única nave. Nunca dejas
de atravesar puertas, ni murallas o nubes más o menos cargadas, y ese camino
rutinariamente difícil, se presenta decorado de tierras removidas sobre la que
a veces crecen ramas tiernas. Mi primer suelo removido, entre cartillas de
Rubio y versos de Bartolín el pato, tiene huellas de aquel maestro. La última
lección, o la primera, la más dura cuando se tiene edad de plantar fideos en
una maceta, fue la de tener que aceptar que, al pasar de curso, mi maestro no
lo seguiría siendo… Entonces lo mantuve en secreto, pero lloré… lloré como si
fuera a perder a un segundo padre. Lloré porque quizás me estaba enfrentando,
por primera vez, a la evidencia de que me hacía mayor. Resignación y rebeldía
aparecieron en mi diccionario súbitamente, iniciando una gran batalla que aún
no ha concluido. Por mi camino he ido dejando atrás muchas tierras removidas,
he perdido a maestros y hermanos que pueblan ya la maravillosa orquesta de las
esferas. Pero sus palabras y silencios habitan en mis pasos de tal manera que,
por encima de cualquier suelo, sus brotes verdes han dado luz a este rebelde y
resignado árbol.