Mi primer Maestro
Blog del Fotógrafo y Poeta Gustavo Villalba
Mi primer Maestro
Cuando un
“como si me vieras” se hace constante en la teoría de lo eterno;
cuando un te echo de menos se reafirma sin dolor entre luces de estrellas;
cuando se presenta el propósito de aguantar cien mil fuertes mareas
contra la proa de tu cuerpo,
y a cambio de eso ofreces sonrisas sinceras al campo
de las oportunas amapolas en el trigal del Universo…
Cuando desenmascaras la sombras y le quitas …a la noche ausencias;
Cuando le pones aletas al coral de tu sueños
para que surque libre las infinitas carreteras azules
hacia un mismo puerto;
Cuando no hay abismo que te asuste ni sal en la comisura
de tus pensamientos;
Cuando eso sucede, el alma y el pecho se conjugan en un mismo verbo
y transforman la teoría de las olas en una ecuación de lo certero…
En esta ciudad el tiempo se ve pasar lento y cansino, implacable, pero enfriado por los grandes recuerdos de ayer, la inútil prisa de hoy y la falta de motivación del mañana.
La noche es propicia para enmarcarse en un cuadro mágico, calles de piedra y leyenda, de perdida prosperidad, de corte medieval, renacentista y barroco. Es cierto, se aprecia en el aire un aroma a sencillez, a intensa historia, muchas veces perdida, cuando no tristemente ignorada, pujando por hacerse un hueco en un rincón del recuerdo justo.
Con el cambio de luz, Cuenca despierta cada día y recoge los fantasmas de la noche para abrir sus calles a los pasos cotidianos.
Las arrugas de una ciudad son los surcos de sus paseos lentos, cauces estancados pujando con etéreos y esporádicos berrinches de progreso.
A un torrente de bullicio que eclosiona como fugaz primavera de día festivo le sucede la más frustrante y fría soledad de los días de diario.
Quizás se sienta más aquí el alma de las cosas inanimadas.
Puede que su aroma inspire esa paz que hace de esta tierra una húmeda siembra de poetas y una fábrica de austera y bondadosa rudeza.
Cuenca es un bello pero simple poro del mundo por el que es muy difícil sudar. Los tonos increíblemente rojos de su atardecer cubren sus relieves de cotidiano romanticismo, al tiempo que las campanas de siempre entonan en re menor su público “ea culpa”.
Si quiero puedo elegir los colores de mi sobremesa, mis momentos más sombríos son los que abandono al sopor de la resignación. Mis triunfos son los de la voluntad alada sobrevolando a los borrascosos miedos.
Si quiero puedo elegir si me quedo o me voy, o me mantengo en la dulce incertidumbre del “quizás mañana será diferente “. Uno siempre elige, aunque no sea consciente de ello, aunque no sea la elección deseada, los caminos son ofertas cotidianas que duran lo que dura una tormenta de verano, una nube besando a la Luna, o un tren parado en un apeadero sin nombre y sin andén.
Hay ocasiones en que uno se duerme en las curvas de la contemplación y gracias a las miradas de siempre se da cuenta de que esperar no es abandonar...ni la voz, ni los sueños, sino mantener bien despierta la esperanza cotidiana, avivar el sentir cotidiano para que sea un constante eco del "quiero".
Sé que me miras, jardín de mis creaciones... sé que vivo.