viernes, 19 de noviembre de 2010

Ayer, en los brazos del Puente, se rompió un candado.

Ayer el Puente de San Pablo, impasible ante las miserias humanas, se presentaba ante mí con su aspecto más frío… silencio de hierro, siglos acumulados siendo mudo testigo de los lamentos hechos pasos. Recipiente de amores lentos, de desdichas apresuradas, de tentaciones incomprensibles… Es paradójico que ahora sus barandillas estén llenándose de candados, cual italiano compañero de funciones, para atrapar simbólicamente un juvenil amor y hacerlo eterno, hasta que la muerte les separe, o aún después…

Quién sabe qué pensamientos atormentaban ayer a ese pobre hombre: quizás un candado roto, o la triste e indignante desesperación de una hipoteca inasumible… o la insatisfecha demencia del “loco” de Flaubert… No terminó de cruzar el puente…

Y a mí me dejó con la gélida caverna de las dudas abierta de par en par, con la tristeza de ver una vida rota.

Hay quien dice que se deberían poner barreras al puente pare evitar estas “huídas”, pero sería inútil… Y poner obstáculos a la tristeza humana parece utópico; Quizás ayer alguien podría haber escuchado su voz, haberle dado consuelo y esperanza, pero en lugar de eso, el deshumanizado protocolo del día a día le convirtió en un número más, en un desdichado cuerpo cubierto sobre el suelo de la Hoz.

Ayer, en los brazos del puente, se rompió un candado…

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