martes, 4 de mayo de 2010

CUENCA: (Voz de fondo para guión de video melancólico)

En esta ciudad el tiempo se ve pasar lento y cansino, implacable, pero enfriado por los grandes recuerdos de ayer, la inútil prisa de hoy y la falta de motivación del mañana.
La noche es propicia para enmarcarse en un cuadro mágico, calles de piedra y leyenda, de perdida prosperidad, de corte medieval, renacentista y barroco. Es cierto, se aprecia en el aire un aroma a sencillez, a intensa historia, muchas veces perdida, cuando no tristemente ignorada, pujando por hacerse un hueco en un rincón del recuerdo justo.
Con el cambio de luz, Cuenca despierta cada día y recoge los fantasmas de la noche para abrir sus calles a los pasos cotidianos.
Las arrugas de una ciudad son los surcos de sus paseos lentos, cauces estancados pujando con etéreos y esporádicos berrinches de progreso.
A un torrente de bullicio que eclosiona como fugaz primavera de día festivo le sucede la más frustrante y fría soledad de los días de diario.
Quizás se sienta más aquí el alma de las cosas inanimadas.
Puede que su aroma inspire esa paz que hace de esta tierra una húmeda siembra de poetas y una fábrica de austera y bondadosa rudeza.
Cuenca es un bello pero simple poro del mundo por el que es muy difícil sudar. Los tonos increíblemente rojos de su atardecer cubren sus relieves de cotidiano romanticismo, al tiempo que las campanas de siempre entonan en re menor su público “ea culpa”.

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